Si existe un elemento común en la mayoría de los problemas del mundo, éste es el enojo. La violencia, el maltrato y el mismo odio, nacen de las ardientes cenizas del enojo. Todos hemos visto cómo éste daña relaciones y destruye el amor y la confianza. Lo que es más, los estudios médicos revelan que el enojo nos puede privar del sueño, hacernos comer más de la cuenta y causar daños en el corazón. Por cierto que nada bueno resulta de la ira.

Pero hay algo que podemos hacer al respecto. Con todo lo que en la vida parece estar fuera de nuestro control, el enojo no tiene por qué estarlo. Podemos empezar por evitar juzgar antes de tiempo. En vez de dar por sentado que alguien trató de ofendernos, podemos más bien considerar que sus motivos fueron inocentes.

A menudo nos enojamos a causa de ofensas sin intención: el ceño fruncido, el comentario desconsiderado o el desaire, tal vez no hayan sido cosas premeditadas. Si bien es cierto que a veces hay personas que nos ofenden a propósito, la gente que es madura no permite que tal irritación interfiera con otros aspectos más importantes de su vida.

Esas personas entienden que siempre nos vamos a encontrar con una cierta cuota de injusticia y crueldad, pero nunca permiten que los desconsiderados interfieran con su felicidad. Es cierto que la vida puede ser exasperante, pero si dejamos que la ira determine nuestras acciones, habremos perdido el control propio y la libertad personal.

Como declaró Ralph Waldo Emerson: “Por cada minuto que damos cabida al enojo, desperdiciamos sesenta segundos de tranquilidad”. Entonces, cuando se acumula la ira, en vez de permitir que nos afecte aquello que no podemos controlar, respiremos hondo o contemos hasta 100.

Al remplazar la ira con paz, la hostilidad con comprensión y el odio con amor y compasión, aunque sea de un modo pequeño, contribuiremos a que el mundo sea mejor.

Fuente: Música y Palabras de Inspiración (Music and the Spoken Word)