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El prójimo bajo el mismo techo

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En muchos casos, es allí donde más se necesita nuestro amor, y donde puede producirse el mayor bien

Hace más de un siglo, dos hermanas, Lucy y Anna McClelland, vivían en un pequeño poblado pionero en el Oeste norteamericano. Al llegar al fin de la adolescencia, Anna, que era dos años menor que Lucy, decidió dejar su hogar para ser maestra. De mala gana, sus padres consintieron y Ana comenzó a tomar unas cuantas clases en la academia, lo cual, ella misma admitió que no era muy divertido.

Mientras tanto, Lucy permaneció en su casa, contribuyendo al sostén de la familia, pero sin dejar de pensar en su hermana. En especial, le preocupaba que Anna no sonriera tanto como solía hacerlo antes, y no solo debido a sus duras tareas. Anna tenía tres dientes seriamente dañados, y su familia nunca había contado con los medios para arreglarlos.

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Lucy McClelland ahorró sus centavos durante un año para que su hermana Anna pudiera realizarse un tratamiento dental necesario. Y su ejemplo ha influido en generaciones de su familia. Crédito: Adobe Stock
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Lucy quería que su hermana no tuviera que cubrirse la boca al sonreír frente a sus alumnos, así que ahorró moneda tras moneda por un año para enviar a Anna 17 dólares con 50 centavos para que se arreglara los dientes, suma considerada una pequeña fortuna en aquellos días.

Anna escribió: “Si Lucy llegara a comprender cuánto me sirvió su ayuda y cuánto la agradezco. Ahora puedo estar frente a otras personas sin sentirme avergonzada”. Ana llegó a ser una maestra en su comunidad, y nunca olvidó el abnegado obsequio de su hermana.

Como descendiente de Ana McClellan, puedo decir que el ejemplo de amor de Lucy ha influido por generaciones en nuestra familia. Ella nos enseñó que la mayor cuota de gozo proviene de lo que uno hace desinteresadamente por otra persona, especialmente por alguien cercano y amado.

Claro que la cercanía a veces causa fricción; cuanto más cerca estemos de otra persona, más probabilidades habrá de que se produzcan desacuerdos. Pero, la cercanía también causa el mayor potencial de amor profundo y perdurable. Entonces, al tratar de amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos, no es necesario que lo busquemos en una tierra lejana; podemos empezar bajo nuestro propio techo.


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